Hace un tiempo se viralizó la historia de un hombre llamado Raphael Samuel, quien demandó a sus padres por haber nacido sin su consentimiento. Uno de sus argumentos era que “un buen padre pone al niño por encima de sus deseos y necesidades… pero el niño mismo es un deseo del padre”. Amén de los diversos comentarios que tales hechos han suscitado, ya sea como apoyo a su derrotero, ora como burla a sus ideales, surge la inquietud sobre si tales eventos, es decir, los nacimientos no consentidos, pueden constituir un daño indemnizable para quien ha nacido.